lunes, 9 de abril de 2007

OPINION TOMADA DE DIARIO EL TELEGRAFO

Por Miguel Palacios
Publicado: miércoles, 04 de abril de 2007 17:49

No tengo un apellido noble, ni de abolengo, así como tampoco soy pelucón o aniñado. En la guía telefónica hay más de ochocientos Palacios. Sin embargo, el segundo apellido del Libertador Simón Bolívar es Palacios. Pocas cosas en la vida tienen mayor valor para los seres humanos que sus nombres y apellidos. Ellos representan nuestra identidad dentro de una sociedad, donde la misma se forja a través de generaciones por nuestros antecesores, quienes cuidaron este bien y se esforzaron por mantenerlo limpio, para que sea orgullo de aquellos que lo heredamos. Este tesoro invalorable que cada uno lleva con altivez, fue labrado con el sacrificio y la vida ejemplar de nuestros ancestros, abuelos y padres. Hace pocos días un burócrata belicoso ofendió públicamente a una serie de apellidos por el delito de no ser indígenas. Este insulto que ensucia a quien lo dijo y enaltece a quienes pretendió agraviar, traduce una actitud cobarde contra ciudadanos que sin saberlo ni poder defenderse, vieron atónitos como desde un balcón y con el aplauso avalado por la ignorancia de quienes desconocían lo que se trataba, se enlodaba y mancillaba a sus ilustres apellidos. Este ultraje fue proferido contra familias de bien y alcanzó a los niños que hoy llevan esos apellidos y nada saben de los complejos y las frustraciones de un resentido social que despotricó contra personas que ya fallecieron y no podían defenderse en ese momento. Injuriar a los ecuatorianos por el delito de no llamarse como uno quisiera que se llamen, es un grave síntoma de resentimiento social y evidencia terribles trastornos de personalidad en quien lo afirma. Una persona que sin causa alguna y haciendo abuso de su poder, arremete contra hermanos ecuatorianos por el hecho de llamarse de tal o cual manera, es un individuo que guarda para sus entrañas los sentimientos más desalmados que se pueda concebir. Analicemos las razones por las que una autoridad puede lanzar semejantes improperios. La primera es que está loco y no sabe lo que dice ni lo que hace, por lo que sus afirmaciones no tendrán grado alguno de responsabilidad. La segunda es por tratarse de una gárgola con sentimientos de psicópata, que vomita blasfemias y odio por estar lleno solo de ruines desafectos. La tercera es por que quien lo hace debió tener en su familia seres con su apellido que lo maltrataron física o psicológicamente o a lo mejor fueron delincuentes, estuvieron presos o se dedicaron al narcotráfico. Peor aún, quizás lo abandonaron cuando niño causándole un trauma profundo e irreparable que ahora evidencia mediante un odio contra todo aquello que siempre quiso ser, pero no fue. Esto en buenos términos son alteraciones producidas por complejos, envidia y perversidad. Es terrible para una sociedad que una autoridad se rebaje a ofender a los apellidos de sus conciudadanos y peor aún de aquellos a los que debe respetar y nada le han hecho. Es ruin y repudiable aquel que lanza su jerga vomitiva sin acusar a nadie en particular, pero lo hace con cualquiera que lleve un apellido que le disgusta por razones oscuras que no conocemos.


Esta atrocidad no tiene nada que ver con la política, la consulta, el cambio o la nueva república. El ultraje sin causa solo evidencia el lado oscuro de la personalidad del que hoy se cree dueño del poder, la popularidad y la verdad. Alguien que fomente la división racial y el enfrentamiento de clases entre los ciudadanos es un peligro que destruirá al país. Esto que ha pasado me recuerda el odio Nazi contra los judíos por no ser déla raza que Hitler creía que era la única que debía existir. En la época de ese tirano se construyeron hornos crematorios para eliminarlos. Hoy para los ecuatorianos de apellidos que no gusten a quien transitoriamente ostenta el poder, se instaurará la muerte a garrotazo, ejecutada por un grupo de mariposones pega mujeres con la permisividad de quien insulta. Sea como sea o como se lo quiera ver, el que profiere las ofensas dichas, no merece representar incluso a los apellidos que hoy malévolamente pretende mancillar.

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